El 26 de diciembre de 1781 el soldado Carlos Garaín caía herido en el cerco de Mahón (Islas Baleares, España). Se negó a ser desnudado para practicarle la necesaria amputación de su pierna herida y murió desangrado. Al amortajarlo descubrieron con estupor que el muchacho era, en realidad, una mujer.
El joven soldado fue inicialmente rechazado por su corta estatura pero, ante su insistencia, le permitieron alistarse. Tras su fallecimiento fue enterrada con grandes honores y su historia fue muy conocida en la época aunque nunca se supo su nombre real. Y este no fue un caso aislado: el alistamiento de mujeres en el ejército bajo apariencia de hombres era más frecuente de lo que cabría pensar.
La exposición La memoria recobrada -que se puede ver hasta el 2 de julio en la planta 25 de la Torre Iberdrola de Bilbao- hace hincapié en el papel y la presencia de la mujer en la sociedad del siglo XVIII.
Capturada por los piratas
Aún más azarosa y apasionante fue la vida de la soldado María teer Meetelen, nacida en Ámsterdam en 1704. Se alistó en una unidad de caballería de Vitoria y, al ser descubierta, fue enviada a un convento de Madrid. En 1734, viajando a los Países Bajos, su barco fue capturado por piratas y ella vendida como esclava en Marruecos donde permaneció 14 años hasta su liberación. Emigró a Sudáfrica en 1751 y allí se le perdió la pista.
Condecorada y respetada
Otro caso muy conocido fue el de la soldado Ana María de Soto. Se alistó con el nombre de Antonio en el Cuerpo de Infantería de Marina. Fue tal su valor y su aptitud para el servicio que, a pesar de descubrirse su condición, le concedieron el grado de sargento, una pensión vitalicia y una prebenda para lucir sus galones sobre sus vestidos.
Participó en la defensa de Cádiz, en la batalla del Cabo de San Vicente y en otras batallas que, al igual que su valor de mujer en un mundo de hombres, han pasado a la historia.