Entrevista a Carlos Agulló
Más que plata es su tercera colaboración con la Real Federación de Gimnasia. ¿Cómo surge este proyecto?
Tengo un histórico de colaboraciones con la Federación. Habíamos hecho El sueño de volar, que gustó mucho, y luego A ritmo de Río, de cara a los JJ. OO. La Federación, por su parte, también tenía un histórico de colaboración con Iberdrola y de ahí surgió la posibilidad de hacer un proyecto social con las gimnastas de rítmica. Me incluyeron en la conversación y entre todos estuvimos valorando qué posibilidades había.
Está acostumbrado a rodar lejos de España, pero ¿cómo fue la experiencia de rodar en Pune?
Tanto en Complot para la paz como en otros documentales había rodado en varios países, pero en la India nunca había estado. Era consciente de que no todas las gimnastas hablaban inglés y eso era un riesgo, pero también sabía que a nivel visual el país nos iba a dar muchísima riqueza.
Dos culturas, dos idiomas y una pasión. ¿Se convirtió el deporte en el lenguaje universal durante el rodaje?
Totalmente. Llegué un par de días antes que las gimnastas españolas y la verdad es que la conexión que tuvimos el ayudante de dirección y yo con las indias había sido escasa. Pero, de repente, llegaron las españolas y en una hora eran amigas y estaban hablando de todas las cosas que tenían en común.
La semana que compartieron las gimnastas se convirtió en un tiempo de aprendizaje mutuo, ¿qué lección se llevaron?
Inicialmente, la idea era que las españolas enseñaran a las indias técnicas de entrenamiento de gimnasia rítmica y al final fueron ellas las que se llevaron una lección sobre la capacidad que tienen allí de disfrutar con pocos recursos.
Y ¿qué lección se llevó usted?
Pues esa manera que tienen allí —no sé si debido a la falta de recursos— de vivir el aquí y el ahora, esa perspectiva de valorar más los procesos que los resultados. Por eso Más que plata tiene que ver con que en la vida hay cosas mucho más importantes que ganar medallas de plata.
Durante este proyecto ha compartido muchas horas con las gimnastas españolas que conquistaron la plata en Río. ¿Cómo son en el trato cercano?
Muy cercanas. Justo antes de esto, había rodado con futbolistas de élite un proyecto que se llama Six dreams y, claro, es otro universo. Estos viven en una especie de burbuja, no como estas chicas que pisan la calle, van en transporte público y son gente muy normal.
Moquetas rasgadas, suelos de hormigón, ¿cuál fue la reacción de las gimnastas españolas al ver las condiciones en las que entrenaban sus homólogas?
Al principio se asustaron porque ellas están acostumbradas a un suelo con amortiguación y las indias entrenaban en una moqueta rota sobre hormigón. Pero cuando empezaron a sacar los regalos que habían traído desde España —punteras, bolas, mazas— la pena se tornó en emoción al ver las caras de las niñas.
Usted salió de España con un guion, ¿cambió mucho durante su estancia en Pune cuando observó la complicidad entre las gimnastas?
Era consciente de que habíamos echado a la olla unos buenos ingredientes y sabíamos que podían pasar cosas, pero no sabíamos qué en concreto. Esa era mi principal preocupación. Era arriesgado porque teníamos cinco días y no sabíamos si iba a surgir química entre las chicas. También es verdad que si sabes estar callado, observar y poner la cámara delante de la vida, las cosas pasan.
La gimnasia rítmica es uno de los deportes más sacrificados que existen. Tanto las gimnastas españolas como las indias comparten, por tanto, una historia de superación. ¿Fue la clave para esa complicidad de la que hablábamos antes?
Sí, la verdad es que tanto unas como otras están acostumbradas a un gran sacrificio. Los futbolistas, por ejemplo, entrenan una hora y media al día, las gimnastas siete y además estudian carreras. Incluso entre ellas había una gran diferencia de oportunidades. Que unas niñas de la India lleguen a unos JJ. OO. con los recursos que tienen es imposible y ahí está la lección: las gimnastas indias pueden soñar con una medalla olímpica, pero saben que no van a lograrlo. Sin embargo, disfrutan del camino.
La experiencia fue muy intensa y entre las gimnastas surgió una amistad, ¿sabe si mantienen el contacto?
Sí, tenemos un grupo de WhatsApp en el que nos escribimos bastante. Hace poco ha sido el cumpleaños de Savita, la entrenadora, y le mandé el documental con subtítulos en inglés. ¡Les ha encantado!
Hablando de Savita, cuando uno ve el documental, ella es la figura que capta más la atención. ¿Qué opinión le merece su labor?
Admiración. Es una persona que sabe las limitaciones que tienen, que sabe que no van a llegar a unos Juegos y aun así sigue luchando. Ella consigue financiación, ella cose los vestidos... Le dedica un montón de horas sin retribución económica. Y no es solo cómo saca adelante al equipo, sino cómo eso influye en sus vidas y en la de sus familias.
¿Cuál es su relación personal con el deporte y cómo valora el auge del deporte femenino?
A mí el deporte me cambió la vida. Es más, me salvó la vida después de una adolescencia complicada. Con 18 empecé a escalar y dediqué media vida a ello. Después me centré en el boxeo. Creo que el deporte juega un rol muy importante en la sociedad a la hora de unir a las personas, de transmitir valores, de llevar a la gente joven a hábitos sanos en vez de peligrosos. Además, ahora vivimos un momento de pasos muy importantes para la igualdad entre hombres y mujeres y creo que el deporte femenino tiene una grandísima oportunidad para participar de ese movimiento.
Dice el refrán que una sonrisa vale más que mil palabras. ¿Cuántas cosas le contaron las sonrisas con que le obsequiaron durante su estancia en la India?
La risa une mucho, especialmente cuando no tienes un idioma común. Es algo universal. Ves pobreza, ves niños en condiciones muy diferentes de las de aquí y, a priori, te da pena, pero luego ves que son felices y que las comunidades se apoyan. Eso es bonito.